“Una mujer que va arriba con su canoa.
Hombres del opuesto que cargan la suya.
Los gestos de los hombres y el paso de la mujer,
y el canto de los pájaros se acuerdan
con el agua y el cielo en un secreto ritmo.”
Juan L. Ortiz
Todos los desconocidos esperan, tibios, el calor de una coincidencia. Hay desconocidos que se conocen en el medio del caos, de la explosión de mil chispas voladoras provenientes del fuego más puro, aquel que, en el sentido de Heráclito, le da vida a aquellas cuestiones ciertamente maravillosas del universo.
Y así fue como, un día cualquiera, los desconocidos se cruzaron en este reino de humedales. El río, con su manto liso, los acercó en la correntada y, entonces, el fuego creó el núcleo y la isla el vínculo.
Bastó solo la coincidencia de dos dragones, que buscaron y dieron vida al encuentro con otros, seres fantásticos y creadores, habitantes del pantano y de la rivera, que esperaban, atentos, con la paciencia de una marea (esas que conocen el momento exacto para invadir las islas y cubrirlas completas de su ser).
La isla es sueño, es reflejo por que necesita mostrar dos veces su verdad, es monte verde y fuego calmo.
La quietud de sus espesuras atrapa en ensueños a quien la habita, a quien la vive. Sus aguas traen poesía, melodías de seres de barro, que con su canto endulzan las aguas, que pesan, que mecen, que acunan, que duermen.
Sus barcos aletargados por el misticismo de la bruma viajan por asombrosos paisajes pocas veces imaginados.
Sus árboles, testigos silenciosos de los secretos del pantano, se yerguen estoicos, plantando sus pies en el lodo que acoge su estadía.
Estos Artistas, que el calor reunió en esta gran muestra colectiva, hoy se funden en la espesura mas bella de “la isla” y nos invitan a conocer aquella esplendorosa existencia natural, inspiradora, que los alimenta y los mantiene flotando, suspendidos como aquella etérea chispa inicial.
Abi Costa
Imargenes
Agotadas ya otras posibilidades, y en busca de sentido, los hombres se retiran hacia las orillas, los arrabales, la periferia de las ciudades. En un encuentro en los márgenes con la soledad los gritos quedan apaciguados en la más pequeña corriente de agua.
Empujados por la ciudad o atraídos por la naturaleza, tal vez muchos de nosotros nos acerquemos a la orilla con una necesidad similar.
Con la naturaleza de frente (tiene espalda?), haciendo equilibrio sobre la infiel línea con la civilización, nos veo en la costa en el absurdo intento de unir, de hacer una costura entre lo que nos es dado y lo que no sabemos nombrar.
Y qué es una costura sino practicar orificios de uno y otro lado para pasar un hilo, un cabo, tal vez la misma línea sobre la que hacemos equilibrio. Algo que amarre y dé sentido.
Con esto no alcanzamos más que a construir una red, un conjunto de agujeros que nuevamente lanzamos hacia las aguas...
Javier Torres. 2006