Siluetas, ojos, ramas, piedras y otras figuras, trazadas de manera expresiva, son las huellas errantes que dibujan un nuevo paisaje de la visión. La obra de Beatriz Pagés, al mismo tiempo, matérica y delicada, se presenta como el misterioso relato de una experiencia interior; una perspectiva de mundos inaccesibles que se desvanecen en lo real.
Sus telas de seda, sus pápeles de arroz sostienen esa memoria de la unidad, de los opuestos que se acercan y repelen. Su obra, de frágil apariencia, es una poderosa manifestación de lo oculto, una especie de cartografía para delimitar esa región. Por momentos, sus diagramas imaginarios nos conducen a Odilón Redón o Paul Klee, referencias singulares en el arte moderno donde lo enigmático y lo genuino se reúnen en la imagen.
En otras ocasiones, nos evoca un pasado más remoto, el nacimiento de la escritura, las pinturas rupestres, las caligrafías sagradas, los textiles andinos o las estampas orientales. Entendemos, entonces, que lo diverso nuevamente se reúne, se encuentra en el presente para devolverle sentidos y saberes olvidados, pero aún latentes, espesor de pétalos y humo.
De esta manera, la obra de Pagés es una sola obra, una experiencia grafica que se extiende en el tiempo exterior y en el ondulante acontecer de la conciencia, formas dialécticas de la expresión.
Mariana Robles
Área de Investigación - MEC