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Lun a Vie de 15 a 19 hs.

Rincones

Muestra colectiva

Del 14 de Febrero al 10 de Marzo de 2012 - Inaugura: 19hs  - Entrada: libre y gratuita

 
 
 

Un tiempo interesante


Hay algo que une a Walter Benjamin, a Edgar Allan Poe y a Charles Baudelaire: la certeza de que el mundo se le escurre entre los dedos y que nada que puedan hacer evitará eso que el siglo XX luego se percató que resultaría en catástrofe.

 

Nuestro tiempo es sin duda interesante. Tecnología, velocidad, cambio, saturación (y pensar que las primeras publicidades de automóviles prometían vertiginosas velocidades de 20km/h). Interesar significa también atravesar, palabra que se reitera en la filosofía: sujetos atravesados por la cultura, por el lenguaje, por la angustia, por el consumo. Estamos en un tiempo donde somos continuamente atravesados. Incluso la física nos informa que una cantidad de partículas subatómicas atraviesan a velocidades impensadas nuestros cuerpos. Como si no fuera suficiente ya el ser atravesados por la publicidad, la injusticia pero también por la felicidad y el recuerdo.

 

No podemos evitar ser “interesados”, intrusados, invadidos.

 

Las fotografías que contemplo en estos cuatro artístas llaman mi atención, podría escribir que “me interesan”. Sin embargo, pareciera a simple vista tratarse –en esa irresistible tendencia de los críticos a refugiarse en la descripción de estilo- de imágenes calmas, apasteladas, frías según la definición de McLuhan.

 

Lo plano de esas imágenes es un desafío que cubre el camino de la decoración al interés. Vivimos en ese tiempo interesante. No estoy seguro si ello es bueno o malo, pero tengo la certeza que resulta inevitable.


Gonzalo Maggi | Lihuel González

 

No sé porque los autores titularon su serie “El sueño de la razón”. Tampoco interesa saberlo. La imagen se rebela del autor una vez expuesta, arma su discurso, engendra sus propios monstruos (para completar el título que se basa en un conocido grabado de Goya).

 

¿Cuál es ese sueño? Lo que podríamos traducir por sleep en inglés o lo que sobreviene en un dream. “To sleep, perchance to dream” interpreta Hamlet convocando sus fanstasmas. “For in that sleep of death, what dreams may come”…

 

Algo tienen en común sus imágenes. Un espacio de contención. Lo que Freud denominó hogareñas (Heimlich) en un ensayo de 1919 titulado “Lo siniestro” (Das Unheimliche). Otra cosa comparten, la ausencia de títulos que las individualicen. La razón repugna de títulos nobiliarios, se valida por su lógica interna y no por su procedencia. Otro rasgo las junta: se nos niegan las miradas con lo cual – como en una cámara Gesell- resulta imposible establecer una intersubjetividad.

 

No sé porque los autores titularon su serie “El sueño de la razón”, no conozco sus monstruos pero presiento los míos. Por eso sus imágenes me convocan.


Jasmine Bakalarz

 

Bernard Shaw solía ironizar sobre un imposible devenir de Romeo y Julieta. El se hubiera vuelto alcohólico y ella una matrona obesa. El punk se apropió en su momento de una frase apócrifa “muere joven y deja un cuerpo bonito”.
Los actores saben bien del riesgo que implica trabajar con niños y con perros. En fotografía, Anne Geddes y William Wegman han hecho una fortuna con el estigma de los actores. La primera, fotografiando como ángeles a los pequeños hijos de los multimillonarios de Manhattan, Wegman, “explotando” a su weimaraner y descendencia.

 

Las fotografías de Bakalarz tienen una diferencia sustancial: una segunda mirada sobre las preciosas criaturas que retrata aleja la belleza. Eso que Santo Tomás había definido como “lo que visto, agrada”. No porque sus modelos oculten –como tan burdamente se ha puesto de moda- un sesgo terrorífico sino por el ambiente que las rodea, las contiene y, en buena forma, las condena. Instantáneas de una búdica impermanencia.

 

Cada una de las imágenes contiene en cierto modo lo que la criatura será. El brazo fláccido que decora a una niña será el propio brazo de la niña. Las exquisitas amazonas posiblemente se conviertan en señoras crueles, las bailarinas, en ancianas temblorosas en un Moscú de Dostoievsky.

 

A diferencia de la vida real, donde ello transcurre en un lapso temporal, y a diferencia del Retrato de Dorian Gray, donde la fealdad es recluida espacialmente en una tela, en este caso así visto, no puede no narrar la historia. Eso que Hegel expresaba como “llegar a ser y desaparecer”.


Agustín Ciciliani

 

“Eres parte del problema, parte de la solución o parte del paisaje” es una conocida fórmula del pragmatismo norteamericano. Hace ya unos años, Phaidon editó un libro cuyo título era “Boring Postcards” sobre postales inglesas de paradores de ruta, garages, salas de estar, aeropuertos… Es una traducción a imágenes de la teoría de Marc Augé sobre los no-lugares, espacios renuentes a la simbolización, anónimos, donde resulta casi imposible dejar una huella.

 

La fotografía de Cicliani podría considerarse a la ligera como “inevitable”. Un acto técnico puro. Un encuadre correcto, un mecanismo tal como lo soñaron los pioneros del no-arte de la fotografía. Un dispositivo de reproducción de la realidad en el cual el hombre sólo debía activar el mecanismo.

 

Ese registro es lo diametralmente opuesto al instante decisivo que proponía Cartier Bresson. A ese momento abismalmente diferente del precedente y del venidero y que se deformó en el cliché de la inmortalización del instante. Cicliani, por el contrario, capta imágenes aparentemente inútiles.

 

En el film Blade Runner hay una androide que desconoce su condición y está convencida de ser humana. En una escena, acorralada por la evidencia en su contra, no apela a una retórica grandilocuente sino al pathos. A recuerdos mínimos de su niñez, únicos, absolutos, completamente personales.

 

Somos esos recuerdos, esos gestos olvidables de la cotidianeidad, esos paisajes captados mientras se apoya la cabeza cansada en un micro de larga distancia.

 

A diferencia de la versión occidental de la vanidad, algunas doctrinas orientales consideran al espejo como una metáfora del desprendimiento, como algo que todo lo devuelve. La fotografía de Cicliani es ese espejo donde cada uno no puede evitar completar lo que en ella falta. Sería injusto decir que en sus imágenes “no ocurre nada”. Por el contrario, cada uno de nosotros disimula muy bien lo que de nuestro hay en esos paisajes.

 

Carlos Blanco
 

ARTISTAS PARTICIPANTES

 
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