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Pinturas

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Juan Doffo

Del 11 de Septiembre al 04 de Octubre de 2007  - Entrada: libre y gratuita

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Inaugura martes 11 a las 19 hs.

Muestra compuesta por 18 pinturas, de las cuales la mayoría son de gran formato y resume parte de los últimos 3 años del artista.

Texto de Laura Malosetti Costa - Buenos Aires, 25 de julio de 2007

Hubo un tiempo (lejano, pero no tanto) en que Mechita, pequeña población ubicada al oeste de la provincia de Buenos Aires, fue una avanzada de la civilización y el progreso en la pampa inmensa. Un enclave que nació cerca de la antigua línea de fortines, junto a las vías del ferrocarril y albergó grandes talleres donde se reparaban máquinas y vagones desde los primeros años del siglo XX. Se construyeron barrios ferroviarios con sus casas típicas “a la inglesa”. El pueblo creció en medio de la llanura. Y sucedió allí lo que en tantos otros pueblos cuando el estado desmanteló las redes ferroviarias y aquellos sueños de progreso se desvanecieron. Los jóvenes empujados a emigrar sin un futuro posible en el lugar que los vio nacer, los talleres semi desiertos, el pasto invadiendo las vías, los viejos atados a un destino de abandono y pocas esperanzas.

En Mechita nació Juan Doffo y allí vivió sus primeros veinte años, esto es: los más importantes, los de las raíces y los recuerdos que no se borran.

Habitante de Buenos Aires desde 1971, Doffo ha venido desplegando una intensa y creativa producción artística centrada – íntegra – en su pueblo natal. Al revés de lo que podría esperarse leyendo estas líneas, su obra no está teñida de melancolía, tristeza o evocación de un pasado perdido. En sus pinturas y fotografías Mechita crece, se transfigura y adquiere una dimensión casi metafísica. Sin perder por completo el referente real que ancla la imagen en ese punto preciso del mapa, el pueblo chico se volvió en la obra de Doffo un lugar trascendente, enclave del mundo de sus afectos tanto como de sus ideas. Ubicó a Mechita en el centro de un universo ordenado por él según unas reglas y coordenadas propias, que revelan la intensidad y los alcances de su reflexión.

Se podría decir que Juan siempre pinta su aldea, pero no sigue el ejemplo de Tolstoi: no la describe ni la piensa como modelo a escala del mundo, sino que la transforma en lugar de la cultura en la encrucijada de muchos caminos: algunos van de Policastro a Ana Mendieta y al Land Art, otros de la topología matemática a Borges y de ahí a Anish Kapoor, de Kafka a Piranesi, de los ladrillos a la bóveda celeste, de la alquimia al zen. “Al paisaje de mi pueblo: – dice – lo estiro, lo distorsiono, gira en torno a un cielo, lo invierto, lo espejo, etc. pero no pierde su alma.” El paisaje de su pueblo aparece como lo que es: un minúsculo punto en el mapa global, pero Doffo subvierte en su pintura el orden de las cosas, allí el mundo (incluyendo la bóveda del cielo con todas sus estrellas) es periferia de Mechita, gira a su alrededor.

En sus obras recientes Doffo vuelve sobre los tópicos que ha venido trabajando en su pintura y en el lenguaje fotográfico con un efecto multiplicador. Reubica sus obsesiones de siempre: el fuego en la llanura, la inmensidad y el mínimo dibujo de la escuela de su pueblo, el cielo pampeano y las estrellas, en composiciones donde impone su rigor la geometría. Así: figuración y abstracción, naturaleza y cultura, civilización y barbarie, la razón y los sentimientos (y muchas otras polaridades imaginables), se presentan en un juego de tensiones que las potencia en el plano de la composición.

La muy tramposa cuestión centro/periferia aparece trastrocada y redimensionada en un lenguaje visual que roza lo filosófico en obras como Ad marginem I y II, en las que la geografía mínima del pueblo estalla en los márgenes de una clave de bóveda radiante de luz. El fuego tiene una larga trayectoria en el universo figurativo de Doffo.

En sus grandes pinturas de los años ’80 aparecía como un señalamiento en la inmensidad oscura de la pampa, en obras que alejaban tanto el punto de vista como para capturar la curvatura de la línea de horizonte. El fuego como presencia ominosa, vislumbre de la potencia destructiva de la naturaleza, el que tantas veces inspiró a los viajeros comparaciones de la pampa con el infierno parecía brotar, en algunas de esas obras, del centro mismo de la tierra. Más adelante “dibujó” con fuego en grandes fotografías nocturnas, en las que participaron los habitantes de Mechita encendiendo fogatas que producían geometrías imponentes en el paisaje: el horizonte en llamas, grandes círculos mandálicos, y otras íntimas y luctuosas señalando el lugar de la tumba de los padres o la inactividad de las vías abandonadas.

En obras como El latido del fuego, Río infinito y Protección de la incertidumbre, el artista lleva de regreso a la pintura esas búsquedas fotográficas. En estas obras él domestica sus fuegos, los somete un orden riguroso impuesto por una geometría ordenadora. Pero el resultado final no es menos inquietante, esas grandes telas potencian la sensación del abismo, la grilla no somete al caos informe sino que lo multiplica. El cielo nocturno, el inmenso cielo de la pampa es otro de los motivos recurrentes en la obra de Juan Doffo.

En Arquitectura fugaz, Giro de instantes y Fuego en movimiento, incorpora visualmente el paso del tiempo a partir – otra vez – de su trabajo con la fotografía. Traza en los cielos el recorrido de las estrellas, un fenómeno invisible, que sólo el objetivo de la cámara, abierto durante horas en condiciones atmosféricas nocturnas muy precisas, puede captar.

En buena parte de sus obras recientes, Doffo hace coexistir en la misma tela una figuración exquisita y minuciosa, atenta a las gradaciones de color y al juego de la luz en las formas de la vegetación, con elementos abstractos que interrumpen violentamente la ilusión realista (en La vigilia es otra forma de sueño, por ejemplo). Por si quedara algún resto de duda, esas intromisiones funcionan rompiendo el artificio: invitan al espectador a comprender el paisaje, todos los paisajes, como una construcción, una ilusión creada por un yo interpretador que selecciona, ordena y traduce a un lenguaje (figurativo o abstracto) los datos de la naturaleza. Aún la ilusión más perfecta, es finalmente, pintura.

ARTISTAS PARTICIPANTES

 
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